Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros.
Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corrían desaforados en pos del traficante. Muchos quedaron arruinados. Solo un recién casado pudo hacer cambio a la par. Su esposa estaba flamante y no desmerecía ante ninguna de las extranjeras. Pero no era tan rubia como ellas.
Yo me quedé temblando detrás de la ventana, al paso de un carro suntuoso. Recostada entre almohadones y cortinas, una mujer que parecía un leopardo me miró deslumbrante, como desde un bloque de topacio. Presa de aquel contagioso frenesí, estuve a punto de estrellarme contra los vidrios. Avergonzado, me aparte de la ventana y volví el rostro para mirar a Sofía.
Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al tumulto, ensartó la aguja con sus dedos seguros. Sólo yo que la conozco podía advertir su tenue, imperceptible palidez. Al final de la calle, el mercader lanzó por último la turbadora proclama: <<¡Cambio esposas viejas por nuevas!>>. Pero yo me quedé con los pies clavados en el suelo, cerrando los oídos a la oportunidad definitiva. Afuera, el pueblo respiraba una atmósfera de escándalo.
Sofía y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquier comentario.
¿ Por qué no me cambiaste por otra? me dijo al fin, llevándose los platos.
No pude contestarle, y los dos caímos más hondo en el vacío. Nos acostamos temprano, pero no podíamos dormir. Separados y silenciosos, esa noche hicimos un papel de convidados de piedra.
Desde entonces vivimos en una pequeña isla desierta, rodeados por una felicidad tempestuosa. El pueblo parecía un gallinero infestado de pavos reales. Indolentes y voluptuosas, las mujeres pasaban todo el día echadas en la cama. Surgían al atardecer, resplandecientes a los rayos de sol, como sedosas banderas amarillas.
Ni un momento se separaban de ellas los maridos complacientes y sumisos. Obstinados en la miel, descuidaban su trabajo sin pensar en el día de mañana.
Yo pasé por tonto a los ojos del vecindario, y perdí los pocos amigos que tenía. Todos pesaron que quise darles una lección, poniendo el ejemplo absurdo de la fidelidad. Me señalaban con el dedo, riéndose, lanzándome pullas desde sus opulentas trincheras. Me pusieron sobrenombres obscenos, y yo acabé por sentirme una especie de eunuco en aquel edén placentero.
Por su parte, Sofía se volvió cada vez más silenciosa y retraída. Se negaba a salir a la calle conmigo, para evitarse contrastes y comparaciones. Y lo que es peor, cumplía de mala gana con sus más estrictos deberes de casada. A decir verdad los dos nos sentíamos apenados de unos amores tan modestamente conyugales.
Su aire de culpabilidad era lo que más ofendía. Se sintió responsable de que yo no tuviera una mujer como las otras. Se puso a pensar desde el primer momento que su humilde semblante de todos los días era incapaz de apartar la imagen de la tentación que yo llevaba en la cabeza. Ante la hermosura invasora, se batió en retirada hasta los últimos rincones del mudo resentimiento. Yo agoté en vano nuestras pequeñas economías, comprándole adornos, perfumes, alhajas y vestidos.
¡No me tengas lástima!
Y volvía la espalda a todos los regalos. Si me esforzaba en mimarla, venía su respuesta entre lágrimas:
¡Nunca te perdonaré que no me hayas cambiado!
Y me echaba la culpa de todo. Yo perdía la paciencia. Y recordando a la que parecía un leopardo, desea de todo corazón que volviera el mercader.
Pero un día las rubias comenzaron a oxidarse. La pequeña isla en que vivíamos recobró su calidad de oasis, rodeada por el desierto. Un desierto hostil, lleno de salvajes alaridos de descontento. Deslumbrados a primera vista, los hombres no pusieron realmente atención en las mujeres. Ni les echaron una buena mirada, ni se les ocurrió ensayar su metal. Lejos de ser nuevas, eran de segunda, de tercera, de sabe Dios cuántas manos. El mercader les hizo sencillamente algunas reparaciones indispensables, y les dio un baño de oro tan bajo y tan delgado que no resistió la prueba de las primeras lluvias.
El primer hombre que notó algo extraño se hizo el desentendido y el segundo también. Pero el tercero, que era farmacéutico, advirtió un día entre el aroma de su mujer la característica emanación del sulfato de cobre. Procediendo con alarma a un examen minucioso, halló manchas oscuras en la superficie de la señora y puso el grito en el cielo.
Muy pronto aquellos lunares salieron a la cara de todas, como si entre las mujeres brotara una epidemia de herrumbre. Los maridos se ocultaron unos a otros las faltas de sus esposas, atormentándose en secreto con terribles sospechas acerca de su procedencia. Poco a poco salió a relucir la verdad, y cada quien supo que había recibido una mujer falsificada.
El recién casado que se dejó llevar por la corriente del entusiasmo que despertaron los cambios, cayó en un profundo abatimiento. Obsesionado por el recuerdo de un cuerpo de blancura inequívoca, pronto dio muestras de extravío. Un día se puso a remover con ácidos corrosivos los restos de oro que había en el cuerpo de su esposa, y la dejó hecha una lástima, una verdadera momia.
Sofía y yo nos encontramos a merced de la envidia y el odio. Ante esa actitud general, creí conveniente tomar algunas precauciones. Pero a Sofía le costaba trabajo disimular su júbilo, y dio en salir con sus mejores atavíos, haciendo gala entre tanta desolación. Lejos de atribuir algún mérito a mi conducta, Sofía pensaba naturalmente que yo me había quedado con ella por cobarde, pero que no me faltaron ganas de cambiarla.
Hoy salió del pueblo la expedición de los maridos engañados, que van en busca del mercader. ha sido verdaderamente un triste espectáculo. Los hombres levantaban al cielo los puños jurando venganza. Las mujeres iban de luto, lacias y desgreñadas, como plañideras leprosas. El único que se quedó es el famoso recién casado, por cuya razón se teme. Dando pruebas de un apego maniático, dice que ahora será fiel hasta que la muerte lo separe de la mujer ennegrecida, esa que él mismo acabó de estropear a base de ácido sulfúrico.
Yo no sé la vida que me aguarda al lado de una Sofía quien sabe si necia o si prudente. Por lo pronto, le van a faltar admiradores. Ahora estamos en una isla verdadera, rodeada de soledad por todas partes. Antes de irse, los maridos declararon que buscarán hasta el infierno los rastros del estafador. Y realmente, todos ponían al decirlo una cara de condenados.
Sofía no es tan morena como parece. A la luz de la lámpara, su rostro dormido se va llenando de reflejos. Como si del sueño le salieran leves, dorados pensamientos de orgullo.
“Antes de irse, los maridos declararon que buscarán hasta el infierno los rastros del estafador”
El punto de vista narrativo es desde adentro (1era persona), esto se explica con la perspectiva narrativa ya que es el mismo protagonista quien relata los acontecimientos que suceden en la parábola.
Siguiendo con el análisis narrativo de la “Parábola del Trueque” de Juan José Arreola, se encuentran formas expresivas o registros del habla como la narración y la descripción. Como ejemplo de esta última, se tiene el siguiente:
“Las mujeres iban de luto, lacias y desgreñadas, como plañideras leprosas”
Los recursos expresivos semánticos que el autor utiliza son la antítesis, la hipérbole, la perífrasis, la metáfora y el símil. Este último se utiliza para hacer comparaciones entre dos o más elementos con un nexo comparativo:
“El pueblo parecía un gallinero infestado de pavos reales”
La “Parábola del trueque” al final deja como enseñanza que hay que ver a las personas, no tanto por su aspecto físico, sino por la belleza de sus sentimientos; porque como establece la misma parábola, el aspecto físico es solo “un baño, una capa fina de oro” que con el pasar del tiempo se oxida. En cambio los sentimientos durarán. Así mismo, hay que aprender a valorar lo que se posee, porque en realidad nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Si del matrimonio se habla, la pareja debe serse fiel y apoyarse el uno al otro en momentos difíciles. La comunicación debe ser fundamental para que la relación perdure.
Finalmente, aprender que las apariencias engañan, y que los esposos se enorgullezcan de aquellos con quienes comparten su vida (marido y mujer); además de aprender de sus errores y los errores de los demás para afrontar los problemas futuros que se les presenten como pareja.
¡Felicitaciones César! ¡¡El análisis se ve completo!! =D Por cierto, hay que agradecer a la profesora Coraine por los consejos dados para el mejor entendimiento de la obra y de muchas otras ;)
ResponderEliminarMagnifico! te felicito :)
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tu comentario. :) El análisis se lo debemos a J.D.
EliminarSaludos.
¡Gracias a tí! ;)
EliminarBuen día, yo veo también que la esposa (Sofía) tiene baja autoestima, pues ¿Cómo se le ocurre decirle a sus esposo que porqué no la cambió, y de pasoreclamarlo?
ResponderEliminarHola, gracias por tu comentario.
EliminarElla se siente mal porque en su argumento no es tan bella como las mujeres que ofrecía el mercader, e incluso, llega a pensar que su marido le tiene lástima y por eso se mantiene muy cerrada. Sin embargo, hay que notar que el comportamiento del protagonista, quien no la cambió aunque tenía las ganas, sirve para demostrar la importancia de la fidelidad. Desde el punto de vista de Sofía, la explicación a esto es que su marido fue un cobarde y por eso no la cambió.
Lo curioso es que en el desenlace, tras salir a relucir la verdad de esas las mujeres de "24 quilates", Sofía queda como la única que en verdad tiene derecho a andar por allí luciéndose, mostrando su belleza real.
Con respecto a eso último, la forma en la que termina el relato:
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Woow.felicidades por.tan.excelente analisi
ResponderEliminarHola, me pueden decir por favor las situaciones reales y fantasticas que se presentan en el cuento?
ResponderEliminarHola quien me explica las 2 partes que s e divide silva a la. Agricultura de la zona tórrida
ResponderEliminarHola quien me explica las 2 partes que s e divide silva a la. Agricultura de la zona tórrida
ResponderEliminarPregunta importante: ¿Qué era lo que simbólicamente representaban las mujeres que vendía el mercader?
ResponderEliminarEs un cuento fantástico, lo único real que aparece allí es SOFIA y su baja autoestima, ademas recrimina a su marido... "Mujer que no Joda, es hombre"-Ella desconfía del hombre, debió haberse portado como los demás, ella al amor que siente el, lo llama lastima.
ResponderEliminarSíntesis
ResponderEliminarQue tipo de género es
ResponderEliminarHolaa por q el mercader no cambio a sofia?(
ResponderEliminarAlguien sabe el año de publicación de este cuento?
ResponderEliminar¿Se podria leer como una alegoría?
ResponderEliminar¿Cual seria su significado otro?
A QUE ESCUELA LITERARIA PERTENECE?
ResponderEliminarque hicieron los hombre
ResponderEliminarUn argumento sobre el cuento?
ResponderEliminar¿Cual es la importancia que tenía para Sofía la autoestima?
ResponderEliminar¿Cual hubiese sido su actitud de tener autoestima?
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