sábado, 12 de marzo de 2011

Canción de otoño en primavera

¿Recuerdas los amores que tuviste en la juventud? ¿Cómo eran? o si todavía eres joven y estás en una relación, ¿Cómo te sientes con ese amor? Ésta serie de preguntas puede que no tengan una respuesta fija, tal vez porque ha pasado mucho tiempo o porque no existen palabras para explicar lo que es estar bajo el maravilloso encanto del amor.

El amor de la etapa juvenil es un amor de gran significancia; la juventud es una etapa de aprendizaje, de concientización y de valorización de los acontecimientos, por lo que un amorío en este tiempo, es grandemente influyente en el futuro. Los que ya son adultos pueden corroborar si ésta afirmación es correcta o no.

Siendo una experiencia maravillosa que se manifiesta en la vida, el amor es obviamente una pieza importante para nuestra formación. No obstante, eso no quiere decir que el amor no pueda ser visto desde otro punto de vista. Por un lado, hay quienes lo valoran en la escuela, el trabajo y la naturaleza y la literatura no se queda atrás; durante el pasar de los años, se han publicado obras literarias que tratan a fondo el tema del amor en la juventud. Algunas de ellos son el mosaiquito verde y Romeo y Julieta, pero se quiere hacer un gran hincapié en un poema del poeta Rubén Darío, titulado Canción de otoño en primavera.

En éste poema, el autor recuerda los amores de la juventud, para lo cual se vale de los recursos expresivos y otras herramientas. Un corazón herido por las débiles y joviales relaciones amorosas es lo que se puede percibir sin problemas al leer el poema, el cual presentamos a continuación:

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...


¡Mas es mía el Alba de oro!


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