viernes, 9 de junio de 2017

Análisis del cuento Las Ruinas Circulares


Como ya debe ser evidente, una de las más recientes menciones que he hecho en el blog ha sido Las Ruinas Circulares del escritor argentino Jorge Luis Borges. Este hombre es considerado por muchos un gran icono de la literatura latinoamericana, e incluso algunos opinan que es imposible hablar de la literatura de la región sin mencionarlo.

Para estudiar un poco la producción de este famoso escritor, hay que hacer referencia al cuento mencionado que puedes encontrar en su respectiva entrada.

Comencemos relatando los acontencimientos.

En Las Ruinas Circulares nos encontramos a un hombre que viene de un país lejano y llega a un recinto circular con la única intención de soñar un hombre. Una vez que se da a la tarea, se da cuenta que no es tan fácil; sus comienzan presentan muchos tropiezos, pues inicia soñando a un grupo de alumnos, escoge a uno en particular e intenta enseñarlo. Sin embargo, tiempo después no puede soñar y cuando lo hace de nuevo, ya no es con los mismos pupilos. Los nuevos sueños que tiene tras encomendarse a los dioses, comienzan con un corazón y le siguen todos los demás órganos y partes del cuerpo. El hombre sueña todo hasta que consigue a su "hijo" y es allí donde comienza a instruirlo para hacerle un hombre de verdad. Al final cuando termina su tarea, le hace olvidar todos sus inicios para que no sepa que es solo un sueño de otro. Mucho tiempo después, el creador se entera por medio de otros que hay un hombre en otro templo capaz de caminar por el fuego. Es encontes cuando el templo en el que se encuentra comienza a arder y se percata de que el fuego no le hace daño; es en ese momento que comprende que él también era soñado por otro.

***
Obviamente, este corto relato pertene a la literatura de ficción porque cada uno de los elementos que se nos presentan no son reales, o por lo menos no completamente reales. ¿Por qué digo esto? Cuando soñamos, se forma una realidad onirica que es validamente real para nuestro propio universo. Es decir, no importa que lo que soñemos en ese momento no sea real para el mundo exterior, pero para la mente de cada uno, es una realidad completa. De esta forma tan simple, el argentino nos retrata el gran peso que tienen los sueños para la humanidad.

Basandome en eso, me acerco para desenlazar un poco los misterios de este cuento, que no son tan misteriosos cuando entiendes que una de las intenciones de Borges es retratar la intima relación que existe entre el creador (en este caso, el protagonista, el soñador) y su creación (el soñado, el hijo). Es una realidad que vivimos día a día pues muchas corrientes cristianas afirman que hay un Dios que creó a toda la humanidad; por tanto, el soñador es una contraparte de Dios y ese soñador serian sus hijos, los hombres.

Otra forma más específica para entender el cuento es verlo como un artista, un escritor, un autor en lineas generales, que a través de su imaginación puede moldear sus creaciones (personajes, mundos, acontecimientos) para imponerlos a la realidad. Ese autor plasma en sus páginas el producto de su mente, por lo que cuando otros ven o leen sus obras, para ellos es una realidad convincente.

Pero no hay que ver las cosas a la ligera, el propio cuento nos lo muestra cuando el soñador persevera. Al principio, él tiene problemas para soñar a su hijo, pero luego logra soñar un corazón y a partir de allí, obtiene la motivación para soñar todo lo demás y crear a su hijo por completo. Así sucede con un autor: comienza poco a poco moldeando sus creaciones hasta que son completamente reales en su universo.

Ahora, pasando a las influencias externas que llevaron a Borges a redactar este cuento, también entendidas como su fuente de inspiración, tenemos que comenzar con al pensamiento de Heráclito de Éfeso. Este hombre fue importante filosofo griego cuya principal creencia era que el fuego era el origen de la materia. Dicha idea se encuentra desde el principio cuando se nos plasma el templo lleno de cenizas en el una vez ardió el fuego y también porque es a través del dios de fuego que el soñador puede hacer realidad a su hijo.

(...)el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres.
(...) 
Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso.
También se puede entender como el fuego no solo es capaz de crear, sino destruir también. De hecho, el fuego se puede asociar con la eternidad, tal como sucede como el ave fénix que es capaz de renacer de sus cenizas. Este principio se puede observar en el fragmento anterior, e igualemente, se hace una referencia al final del cuento: 

 Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos.
Al introducir este significado de cómo el fuego es capaz de crear y destruir al mismo tiempo y cómo ese templo vuelve otra vez a incendiar como se incendió en el pasado permite identificar la obra de Borges con el etorno retorno, una creencia que se basa en que todo fluye de manera ciclica; una vez que se destruye, vuelve a crearse de nuevo:

(...)el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza.(...)Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. 
Como se nota, es una idea muy fantástica, pero que cuando llega para el soñador, es una realidad que le hace darse cuenta que el es parte del sueño de otro sujeto.

Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
Esta última revelación plasma fácilmente otro pensamiento filosófico: el idealismo subjetivo, en el que algo no puede existir sin que una mente lo imagine. Dicho de otra forma, las ideas solo existen en la mente de un sujeto, las cosas reales solo existen en la consciencia. Podemos ve que cómo el hijo fue soñado por el soñador y este último también es soñado, entonces debe existir un eterno ciclo en el que cada uno es soñado por otro. Habiendo dicho esto, se puede recordar nuevamente la idea principal que se mencionó a comienzos de este análisis: los personajes son moldeados por el autor para imponerlos en la realidad; siendo estrictos, esos personajes solo existen en la mente del autor, pero todos sabemos que con suficiente imaginación todo eso que leemos se vuelve realidad.



Resulta interesante entonces ya para finalizar comprender la importencia del sueño. Si se ve a la ligera, podemos decir que solo soñamos y punto. Pero si le damos un significado más profundo, entonces el sueño se convierte en una parte para crear un universo completamete nuevo, un universo creado como nosotros, los soñadores, queramos.

viernes, 2 de junio de 2017

¡Estrenamos página de Facebook!



A más de 6 años de haber iniciado este humilde proyecto, he decidido crearle una página de Facebook al blog. Puedes seguirnos y darle me gusta directamente con este enlace o utilizando el botón que encontrarás en la parte superior de la columna de la izquierda.

Por el momento, la página está vacia pero conforme vayamos subiendo más información al blog, se harán los anuncios por allá ya que es más fácil verlos.


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martes, 30 de mayo de 2017

"Un pequeño inconveniente" de Mark Haddon - Reseña



Sinopsis

Pasen y conozcan a la desequilibrada familia Hall de Peterborough, un entrañable clan al borde de un ataque de nervios colectivo y sincronizado. El padre, George, afronta la jubilación construyendo un estudio en su jardín y haciendo la vista gorda delante de la aventura extraconyugal de su esposa, Jean. Ella encuentra cada vez más complicado citarse con su amante ahora que su marido anda todo el día en casa. Para colmo, el matrimonio ve como sus dos hijos, el inseguro Jamie y la temperamental Katie, se han emparejado de la peor forma posible: él con una persona del mismo sexo, ella con alguien que simplemente no está a la altura. A medida que se acerca el día de la boda de Katie, todos ellos habrán de enfrentarse a sus miedos y fantasmas, de cara a poner orden en sus atribuladas vidas. El autor de El curioso incidente del perro a medianoche vuelve a demostrar su sensibilidad y humor para el retrato de personajes inolvidables con esta tragicómica historia de conflictos domésticos y filiales en la que resulta imposible no reconocerse.









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Mi opinión

A partir de que se presentan SPOILERS. Lee bajo tu propia responsabilidad.

Recuerdo claramente que compré esta novela por allá por el 2011 en una tienda del centro comercial La Vela en la Isla de Margarita. En ese momento, el libro estaba en promoción, y si memoria no me falla, me costó unos 30 Bs (inconcebible pensarlo ahora), así que me hice con él y de inmadiato comencé a leerlo.

A pesar de que en la contraportada del libro se nos ofrece una joya, cuando abres la novela te encuentras con que no es como lo pintan. Ni siquiera lo salva el hecho de que haya sido escrito por el mismísimo autor de "El Curioso Incidente del perro a medianoche", que hasta el día de hoy no he leido y por tanto no he podido comprobar si este sí es digno de admirar.

Prosiguiendo, en esta historia de drama familiar, nos encontramos un poco inusual estilo narrativo consituido por frases cortas y una alarmante carencia de la descripción de personaje y o el ambiente. Tan solo se nos muestra evento tras evento, como si fuese un guión de película, y es con estos eventos que podemos dicernir que rayos es lo que está sucediendo a cada momento y que nos enteramos cómo es qué son cada uno de sus personajes.

Estos personajes son, en lineas generales, muy superficiales y aburridos. Tenemos al patriarca George, que tiene supuestamente "cáncer" y se ha resignado a vivir una vida sin significado y pensando en el suicidio; Jean, su mujer, que a falta de más acción por parte de su esposo, se busca una aventura con un supuesto "amigo" de ambos, su actitud es en ocasiones odiosa, hasta el punto de que no oculta el poco interés que tiene en el prometido de su hija; Katie, está comprometido con un hombre que según su familia no ofrece lo que ella necesita: y por último tenemos a Jamie, el varon, que tiene una relación con otro hombre, pero que no desea que esto llegue a nada más serio porque tiene miedo.

Estas cuatro historias intentan condensarse para mostrarnos lo problemática que es la familia Hall y como intentan sobreponerse. Algo que al autor apenas logra; no se puede decir que en la historia no vemos retratadaa una familia disfuncional, que podriamos comparar con alguna que otra familia inglesa, pero como el libro carece de acción y significado, terminas olvidando rápidamente quiénes son estos seres.

El tamaño del libro, casi 500 páginas, combinado con el nivel regular que es la narrativa, hace que leer el libro sea una especie de autocastigo, o por lo menos me pareció a mi. De hecho, no pude leerme el libro completo, lo comencé y tras unos pocos dias de no poder aguantar, pasé directo al final.

Y hablando del final, debo decir que tampoco me gustó. Fue como si Haddon quisiera dar a entender que la familia finalmente había decido seguir adelante, pero lo hace como medido con un cuenta gotas, lo que te deja con ganas de más, al igual que toda la novela.

En conclusión,"Un pequeño inconveniente" se puede disfrutar con unas pocas risas, pero sin ningún tipo de inconveniente caerá en el olvido. Afortunadamente para mi, me salió barata cuando la compré.

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Mi calificación 
(Totalmente subjetiva y no tiene que ser para todos)
**°°°


2 de 5

lunes, 29 de mayo de 2017

"The Gun Seller" de Hugh Laurie - Reseña

Hace ya un tiempo que una amiga de Warsaw, NY me envió un ejemplar de The Gun Seller, un libro escrito por Hugh Laurie, el actor  que interpretó al Dr. Gregory House en la aclamada serie House (y que resulta ser mi serie de tv favorita). El texto estaba en inglés, como era de esperarse, y aún así me animé a leerlo para poner a prueba mi conocimiento del idioma, que, con toda la modestia del mundo, no es malo.

Luego de haber finalizado la lectura hace más de dos años, he decidido colgar una pequeña opinión del mismo. Pero antes, como siempre, la sinopsis.

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Sinopsis
Cuando Thomas Lang, un pistolero a sueldo con un corazón blando, es contratado para asesinar a un empresario estadounidense, él opta por advertirle a la víctima, una buena acción que no pasará desapercibida.

En cuestión de horas, Lang está tocando cabezas con una estatua de Buddha, midiendo su ingenio con multimillonarios malvados y poniendo su vida (entre otras cosas) en manos de un grupo de mujeres fatatales, mientras intenta salvar la vida de la mujer de la que se enamoró.. y prevenir que inicie un baño de sangre mundial.
-°-°-°-°-
Mi opinión

A partir de que se presentan SPOILERS. Lee bajo tu propia responsabilidad.




Lo primero que quiero acotar es algo con lo que seguramente estarás de acuerdo si has visto House M.D.: El protagonista de la novela es una especie de copia al enigmático doctor. Solo basta que empieces leer el inicio (la novela está narrada en primera persona) para que facilmente identifiques similitudes:

«Imagina que tienes romperle el brazo a alguien. Derecho o izquierdo, da igual. El punto es que tienes que hacerlo porque si no... bueno, eso tampoco importa. Digamos que pasaran cosas malas si no lo haces.(...)»

Además, Thomas Lang comparte mucho del cinismo y actitud sarcástica del doctor. Eso lo notarás cuando Lang tiene que enfrentarse algún adversario o un amigo.

Y la razón por la que este personaje se identifique tanto con ese personaje que conocemos es porque solo quien le da vida sabria como hacerlo. La novela está llena de humor, algunas veces bueno y otras no tanto. El punto es que no te aburrirás fácilmente con sus ocurrencias.

Tampoco de aburrirás del intento de novela de espionaje tipo James Bond que se nos presenta. De hecho, Lang resulta ser un nuevo Bond, que también atrae muchas chicas con sus ¿encantos?, pero que solo tendrá los ojos para Sarah Woolf, una firme y seria mujer que tiene que aguantar los negocios nada limpios de su padre, que resulta ser importante hombre de negocios relacionado con armas de combate.

Ese negocio también empapará al propio Lang quien tendrá que hacer su esfuerzo para evitar que los malvados usen un helicoptero ultrapotente para inicial una masacre global, mientras al mismo tiempo se ve amenazado para participar en el grupo The Sword of Justice (La espada de la justicia); si no lo hace, su preciada Sarah resultara herida. Así que el principal motivo que lo llevará a inmiscuirse en la travesía tan peligrosa es la vida de la chica que ahora está en apuros.

Sabiendo esto, podemos mencionar tres escenarios importantes:


  1. Londres, donde todo comienza. Aquí Lang intenta advertirle a Woolf que alguien está atentando contra su vida, pero al llegar a su casa, se encuentra a otro asesino que intenta hacer el trabajo que él no hizo. Tras neutralizarlo, se consigue a una fría y nada confianzuda Sarah e inician su tensa relación. Tiempo después, nos enteramos que el propio Woolf había planeado su asesinato para ver si Lang era un hombre en quien confiar; habiendolo probado, se le informa que todo el complot está relacionado con un potente helicoptero de guerra que unos terroristas intenta utilizar para iniciar una guerra. Lang al principio no se convence mucho de esto, pero luego de que es secuestrado y en su lugar de encierro, ve como matan a Alexander Woolf y Sarah es tomada para amenazarlo, se ve obligado a formar parte del plan terrorista uniendose a un grupo de maniacos conocido como The Sword of Justice.
  2. Suiza, el inicio de una tragedia. En dicho país, el grupo terrorista intenta sembrar el terror "asesinando" a un importante político.
  3. Casablanca, Marruecos. Aquí es donde The Sword of Justice llevan a cabo su plan de atentar contra la Embajada Americana, tomando rehenes y amenazando con destruirla con el helicoptero. Cuando parece que todo está del bando de los malos, Lang da la vuelta a la tortilla y destruye el helicoptero con un lanzacohetes.
Ahora, creo que es pertinente volver a hablar del lenguaje empleado por Laurie para contar todos estos hechos, y es que este tan distintivo, que no puedo dejar sin mencionarlo. Sin ser muy minuciosos, es dificil darse cuenta cuando habla Lang o Laurie, pero puesto que la novela fue escrita por el autor, es más que obvio inferir que Laurie se manifiesta completamente él mismo en su personaje, o al menos en el personaje que es muy parecido al conocido doctor Gregory House.

Como también mencioné al principio, la novela está llena de continuo humor simple pero bueno.

Estamos en mediados de diciembre en estos momentos y estamos a punto de viajar a Suiza, donde planeamos esquiar un poco, relajarnos un poco y disparar un poco a un político holandés. 



Todo eso se condensa en la novela para hacer una lectura muy amena y sin embargo, que no va estar exenta de momentos un poco flojos. Porque sí, la narración del protagonista es hilarante pero a veces cansa.  

-°-°-°-°-
Mi calificación 
(Totalmente subjetiva y no tiene que ser para todos)
****°


4 de 5

El Capricho de los Dioses de Sidney Sheldon

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Sinopsis


El capricho de los dioses, otra admirable novela de Sidney Sheldon, es una historia compleja de intriga internacional que se desarrolla entre la Casa Blanca, Buenos Aires, Paris, Roma y Bucarest. Mary Ashley, brillante profesora, especialista en cuestiones del Este europeo, es nombrada embajadora de los Estados Unidos en un pais comunista. Mary se mezcla, sin saberlo, en una siniestra conspiracion. Un 'contrato' de asesinato pesa sobre ella y su familia. La flamante embajadora busca el apoyo de dos personas: Mike Slade, tenaz diplomatico de carrera, y el Dr. Louis Desforges, vinculado a la embajada francesa. Muy pronto Mary descubre que uno de los dos esta involucrado en el complot contra su vida. Pero cual de ellos es su enemigo?
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Mi opinión

A partir de que se presentan SPOILERS. Lee bajo tu propia responsabilidad.


Me gustó desde el principio. Aunque en ocasiones se volvía tedioso, de inmediato volvía a imponerse la intriga y mis ánimos por seguir leyendo se recargaban. Otro punto a favor, es que Sidney narra de manera correcta, sin irse a los extremos, por lo que nunca te cansas de leer cada una de sus lineas.


Los giros, algunos de ellos inesperados, que dio la historia a cada momento me mantuvieron todo el tiempo a la expectativa. Por ejemplo, jamás pensé que Mike Slade fuese el malo, en realidad fue Desforges quien nunca me dio buena espina. Pero entonces, Mike comenzó a ponerse sospechoso, luego pasó el indicidente de las montañas y me convencí de que Mike era el tipo, y luego al final resultó que Desforges era el que estaba en el bando contrario y me llevé una gran impresión. Además, no me esperaba la revelación de Ángel y mucho menos que el Organizador fuese quien resultó ser.

En definitiva, un libro muy especial que se disfruta en gran manera y que no es predecible como uno podría esperar. Lo recomiendo 100%.



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Mi calificación 
(Totalmente subjetiva y no tiene que ser para todos)
****°


4 de 5

viernes, 26 de mayo de 2017

"El Periplo del Ángel.Acto primero: Ángel del Apocalipsis" - Reseña

Publico la reseña de este libro por recomendación del autor, quien se hace llamar "Lobo Fantasma". Como le comenté a él por correo, el tipo de historia al que pertenece esta obra no son el foco de mi interés, pero como se tomó el tiempo de hablarme de su producción literaria, lo menos que pude hacer fue echarle un vistazo.

Primero conozcamos de qué va...

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Sinopsis

Puedes comprar el libron en AMAZON desde la comodiad de tu casa.

¿Alguna vez oíste hablar del amor impío? ¿Sabes por qué se les negó a los ángeles la libertad de amar y decidir sobre sus actos? ¿Por qué se exilió a la raza de los nefilim en El Olvido? Éstas y muchas cuestiones más se verán reveladas a través de estas líneas. Yo, el ángel Dekkar’iël, fui designado por la madre creadora para custodiar y salvaguardar la vida de Julie, una joven que, en su vida anterior, puso en jaque tanto a Dios como a Lucifer por culpa del amor impío. Por amor me vi obligado a emprender un viaje sin retorno, en el cual tuve que abandonar toda esperanza e ilusión, tan sólo para poder otorgarle a un alma atormentada la oportunidad de redimirse ante los ojos de nuestra creadora.

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Mi opinión

A partir de que se presentan SPOILERS. Lee bajo tu propia responsabilidad.


Dado a que tenía ciertos prejuicios sobre la novela, no me esperaba una gran cosa;  así que mi sorpresa fue mucha cuando empecé a leer y me enganché de inmediato, hasta el punto que lo leí casi que en una hora (son 92 páginas y sí que se puede). En efecto,  leer la historia me resultó agradable, en parte porque el lenguaje no es nada rebuscado y porque se nos presenta todo este rollo de los ángeles y demonios de una forma tan natural que terminas aceptándolo más fácilmente.

Para comenzar se nos introduce el concepto que ya muchos deberíamos conocer sobre "los ángeles guardianes", seres divinos que están mandados por Dios para proteger a los seres humanos. Tal es el caso de Dekkar’iël, a quien se le asigna la noble tarea de cuidar de una joven llamada Julie, una chica que en su pasado -cuyos detalles no revelaré para no spoilear- antes de reencarnar y en el presente, ha sufrido mucho. 

La orden que le da Dios al ángel es cuidarla pero sin influir directamente; una orden que es más fácil decirla que cumplirla, pues los constantes ataques, ataques de demonios provenientes del mismísimo infierno, a los que se ve sometida Julie terminan por hacer que el ángel se rebele antes los designios de Dios.

La aparición de esa rebeldía le da a Dekkar’iël un matiz, que a mi parecer, es más de humano que celestial. Los argumentos que usa para refutar a Dios (o la Diosa, porque aquí es mujer) -algo que los más fieles devotos les parecería inconcebible, son bastantes sólidos y creíbles y recuerda un repetitivo cuestionamiento de la humanidad ante el sufrimiento y el silencio del Creador.  ¿Por qué Dios permitiría que Julie sufriera tanto, incapaz de alcanzar el verdadero amor? Es algo que según la óptica del ángel es muy injusto, pero es todo lo que se obtiene gracias al libre albedrío que se depositó en cada uno; es decir, cada quien decide qué camino tomar y tiene que estar consciente de las consecuencias. Aun así, no deja de ser valedera la indignación del protagonista.

Esa repetida toma y dame entre Dios y Dekkar’iël se alza como un espacio para la reflexión y quizás sentirse identificado. Se trata un punto fuerte para la novela, además del acierto de ubicar el tiempo en la Primera Guerra Mundial; al hacerlo así, me permito hacer un excelente paralelismo entre la lucha entre el Cielo y el Infierno y las Potencias Centrales y los Aliados. ¿Quiénes son los buenos y quiénes son los malos? No voy a opinar, pero al final lo que queda es destrucción.

Hablando de destrucción, esta está algo presente una novela, sin ser un recurso en exceso. El autor muchas veces la simboliza como producto de la maldad reinante, y aunque muchas escenas pueden resultar perturbadoras para los lectores más frágiles, se trata de una atmósfera más que válida para el tipo de historia que se desarrolla.

También tengo que elogiar al autor por la mención de tantos seres mitológicos. Busque muchos de ellos y me sorprendí al saber que existían. Eso demuestra que "Lobo Fantasma" se documentó e introdujo conceptos ya existentes.

Ahora pasando a los puntos que no me gustaron del todo, tengo que mencionar a los personajes.

Sí, me pareció muy bien el desarrollo de Dekkar’iël desde que conoció a Julie, cómo se fue encariñando poco a poco, hasta que tuvo que intervenir para salvarla, pero de allí en adelante me pareció muy desenfrenado y apurado el tema del sexo. A pesar de que la novela es rápida -a mí me hubiese gustado un poco más de desarrollo, pero está bien con la corta longitud que tiene- no termina de cuadrarme todo ese de entregarse tan rápido. En especial, no me cuadra lo de Julie que prácticamente conoce a Dekkar’iël y ya al segundo siguiendo están teniendo relaciones. Si bien no es algo terrible, en mi punto de vista le quita credibilidad.

El sexo que se muestra en la historia, que es lo que hay que esperar en una historia con tintes eróticos, es salvaje. No voy a opinar aquí de gustos ni nada porque como dije al principio, este tipo de historias no son las que leo. Digamos simplemente que el escritor tiene su estilo y que ese estilo es el que va con la novela y los atributos de los personajes. En otras palabras, ese es su canon literario y yo lo respeto.

Otro aspecto que se ve opacado por la corta extensión de la novela es que los personajes no tuvieron un desarrollo más intenso; me hubiese gustado que se explorara más lo interno de cada uno, sus relaciones con los demás, especialmente la de Julie con sus padres, que solo se mencionó un par de veces. No obstante, considero que se logró lo que se quería lograr; los sentimientos de los personajes son claros y muestran lo que necesita cada uno.

En líneas generales, "El Periplo del Ángel. Acto Primero: El Ángel del Apocalipsis" es una historia que se disfruta. No es perfecta, pero tiene lo suficiente para hacerte pasar un buen rato, en especial si te gusta el tema de los ángeles y demonios... y la literatura erótica; quizás pueda existir algo de controversia para los lectores que son cristianos devotos, pero no considero que la idea del autor sea algo demasiado difícil digerir, solo poco común. 

Hay que estar preparados y tener la mente muy abierta con lo que va a pasar porque se nos presentan escenas fuertes. Sin embargo, el resultado de poder digerir todo esto es que nos encontramos con una novela con lenguaje sencillo pero contundente que te hará pensar sobre la vida y el constante conflicto entre la luz y las tinieblas.


-°-°-°-°-
Mi calificación 
(Totalmente subjetiva y no tiene que ser para todos)
***°°
3,5 de 5

Lo mejor: 
-La profundidad que se nos presenta a pesar de la corta extensión.
-El acierto al ubicar la historia en el tiempo adecuado.

Lo peor, o mejor dicho, lo que no gustó tanto:
-La falta de más descripción.
-La poca probabilidad que veo que de alguien tenga sexo tan rápido.
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 Espero leer pronto la siguiente parte de la ¿trilogía? para saber en qué queda este final abierto.


martes, 9 de mayo de 2017

Algunas novedades de esta semana que quizás no has notado

Recientemente edité algunas de las entradas ya existentes y mejore o agregue más información.


Les invito a leer cada una de las entradas y compartir su opinión.

Además, si eres de España o un país Lationamérica, especialmente Venezuela, quizás te interese leer esto.

Pronto estaré publicando nuevas reseñas y/o análisis, como la de las Crónicas Marcianas.

sábado, 6 de mayo de 2017

El corazón delator de Edgar Allan Poe

Poe es muy conocido por tocar temas algo sombrios y ocultos para el hombre. También porque con sus relatos, por lo general cortos, logra describir de manera muy precisa lo más interno de la mente.

Ya se vio esto último en "El gato negro"  y evidentemente podemos hacer un paralelismo con El corazón delator.  De hecho, ambas obras tienen mucho en común, pero se puede mencionar especialmente como cada protagonista termina delatandose así mismo del crimen que cometió. 

Por ahora, el cuento en cuestión:

***
El corazón delator

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la chimenea… o un grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
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jueves, 4 de mayo de 2017

Las ruinas circulares de Jorge Luis Borges

A continuación le presentamos el cuento Las ruinas circulares del argentino Jorge Luis Borges. ¿El análisis? Habrá que esperar un poco, pero cuando esté listo, se hará saber.

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RUINAS CIRCULARES
Jorge Luis Borges

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

Recomendación de la semana: Las cuitas del joven Werther

El amor está en todos lados y se presenta de muchas maneras según sea el caso. En esta oportunidad, para estrenar una nueva modalidad en el blog, queremos presentarle una historia de amor muy pecualiar: Las cuitas del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe.